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La peste porcina no es la amenaza, es el síntoma

4 desembre, 2025

Artículo de opinión de Javier Guzmán, director de Justicia Alimentaria

Publicado de manera original en El Salto Diario

El porcino catalán no es solo un monocultivo local: es la expresión de la globalización agroindustrial más extrema, donde cada hectárea, cada nave y cada ganadero quedan atrapados en una cadena de valor que no controla.

La actual crisis de peste porcina africana (PPA) no es solo un problema sanitario. Es la punta del iceberg de un modelo agrario construido sobre una única apuesta: el cerdo. Durante años, Catalunya ha situado gran parte de la economía de su sector primario en un monocultivo ganadero que parecía imbatible: crecimiento constante, exportaciones millonarias, inversiones públicas y un relato triunfalista que presentaba al porcino como un motor “estratégico”. Daba igual si tenemos la mayoría de los acuíferos contaminados, o el aire lleno de amoníaco, o que sea una de las chimeneas más importantes de gases de efecto invernadero, la cosa era ganar y ganar.

Recordemos algunos datos de la desmesura desbocada del sector: España es el país europeo con más cerdos (uno de cada cuatro cerdos europeos están aquí), el que más animales sacrifica (54 millones), el que más carne produce, el que más exporta. Mientras que el censo porcino ha disminuido en casi todos los países europeos (en Irlanda Países Bajos, Rumanía Bélgica, Austria, Alemania o Italia de manera significativa), en España, repetimos, el mayor productor de cerdos de la UE, seguimos creciendo a lo loco, con un aumento del 3,6 % respecto al año pasado.

Debemos desvanecer de nuestra mente la imagen de una granja familiar, de pequeño formato, más o menos integrada en el territorio. Eso apenas existe
Tampoco olvidemos que España exporta actualmente más del 56% de su producción, y que lasdiez principales compañías del sector comercializan hoy el 65% de la carne. Que las explotaciones pequeñas han descendido un 32%, mientras las grandes han aumentado un 35%, o que, en Catalunya (uno las megaplataformas exportadoras) el 17% de las explotaciones representan más de la mitad del censo.

Debemos desvanecer de nuestra mente la imagen de una granja familiar, de pequeño formato, más o menos integrada en el territorio. Eso apenas existe. Más del 70% las granjas españolas están integradas dentro de gigantescos cárnicos conglomerados gigantes. La ganadería libre es una excepción, tan en peligro de extinción como la tortuga boba o el quebrantahuesos. Cuando se hable de los millones y millones de ayudas de dinero público para paliar la crisis del sector no olvidemos quien es el “sector”, qué apellidos tiene y a qué bolsillos van a ir esos millones.

De hecho, el sector sabe que en cada crisis (porque crisis en el porcino son recurrentes), se incrementa el grado de concentración empresarial, cierran las más pequeñas e independientes y crece el grado de integración.

Todo el mundo es consciente de la inviabilidad de este modelo hipertrofiado que se come todo el cereal que producimos y que además importa todo el que puede de otros países de América Latina.

Hace algunos años tuve la oportunidad de hablar con un político catalán sobre la necesidad de abordar y planificar la reducción del sector porcino, como están haciendo otros países de Europa, en vez de ocupar la cuota de mercado que ellos dejan, y su respuesta fue: preferimos que un día explote la burbuja y gestionar lo que haya que gestionar que planificar y que nos corten la cabeza. Bueno pues eso es lo que está a punto de pasar si la peste porcina avanza.

La crisis del porcino catalán es solo un espejo donde se reflejan los fallos de cualquier monocultivo en los que se basa el modelo agrario español.

Ha bastado un golpe, para nada inesperado. Ya saben que un virus no entiende de fronteras ni de mercados, para que el castillo empezara a mostrar sus grietas. Y es que cuando un territorio pone todos los huevos en la misma cesta, la caída deja sin alternativas, sin resiliencia y sin protección.

La crisis del porcino catalán es solo un espejo donde se reflejan los fallos de cualquier monocultivo en los que se basa el modelo agrario español. Las crisis son congénitas cuando se concentra la producción en un solo producto, cuando unas pocas empresas controlan toda la cadena, cuando el territorio se organiza alrededor de una sola actividad económica, cuando las políticas públicas se orientan a sostener ese único modelo, cuando los impactos se externalizan sobre agua, suelo, salud y comunidades rurales.

Lo hemos visto con el cerdo, pero también con los monocultivos de soja en América Latina, que destruyen bosques; nuestros invernaderos del sur de España, que agotan suelos y acuíferos, el monocultivo del aceite de palma, que devasta ecosistemas, etc.

El problema de fondo siempre es el mismo: un sistema que se desconecta de alimentación de su población y territorio, que reduce la diversidad para maximizar beneficios a corto plazo, generando riesgos sistémicos que acaban pagando las comunidades rurales y el planeta.

Catalunya llegó a ser un mosaico agrícola. Hoy, en amplias zonas del interior, lo que domina son macrogranjas, carreteras llenas de camiones de pienso y balsas de purines. Un paisaje arrasado. El territorio se ha reorganizado para alimentar a un monocultivo animal que depende de otros monocultivos globales: la soja y el maíz importados, producidos a costa de deforestación en terceros países. Es decir, el porcino catalán no es solo un monocultivo local: es la expresión de la globalización agroindustrial más extrema, donde cada hectárea, cada nave y cada ganadero quedan atrapados en una cadena de valor que no controlan.

Cuando la producción se dispara por encima del sentido ecológico y sanitario, el territorio pierde soberanía y resiliencia. Por eso ahora, ante la peste porcina, Catalunya se encuentra sin red de seguridad: demasiado especializada, demasiado dependiente y demasiado expuesta.

Debe decirse con claridad: el “milagro porcino” catalán ha sido construido con dinero público. Ayudas para ampliar granjas, subvenciones para purines, rescates a empresas, apoyo a exportaciones.

El modelo porcino ha crecido sobre la idea de “eficiencia”: más animales, más densidad, más automatización, más bioseguridad, más integración vertical. Pero la eficiencia industrial es frágil: funciona mientras no cambia el contexto. Cuando llega la perturbación —una enfermedad, el cierre de mercados, la crisis climática, una subida del pienso— todo el sistema tiembla. En un modelo diverso y descentralizado, el impacto sería contenible. En un monocultivo industrial, se convierte en crisis estructural.

Y no se trata de un modelo que los tiempos han decido, o los mercados, en realidad ha sido un sistema impulsado por los poderes públicos.

Debe decirse con claridad: el “milagro porcino” catalán ha sido construido con dinero público. Ayudas para ampliar granjas, subvenciones para purines, rescates a empresas, apoyo a exportaciones, infraestructuras adaptadas al sector. Solamente con uno de esos instrumentos, la PAC, desde el año 2000 la principales corporaciones del sector han recibido más de 40 millones de euros en ayudas.

Pero los costes ambientales, sanitarios y sociales han quedado para la ciudadanía. Y este es el problema, que cuando un monocultivo falla, no se hunde solo su economía, arrastra consigo al territorio entero, a todos los demás, especialmente a los más ganaderos más pequeños.

Los pequeños y medianos ganaderos son quienes más están sufriendo. Sin liquidez, sin capacidad de negociar con las integradoras y sin margen para asumir nuevos costes.

Y ahora, ante el colapso, se pedirán más ayudas. Con la Peste amenazando exportaciones y mercados, la respuesta del sector vuelve a ser la misma: más dinero público, más bioseguridad, más concentración, más industria. Pero eso solo alimenta la espiral. Si este es el camino, en pocos años Cataluña puede encontrarse con un sector primario aún más reducido, sin pequeños ganaderos y sin alternativas productivas reales. Sin transición planificada, desaparecerán los pequeños ganaderos

Los pequeños y medianos ganaderos son quienes más están sufriendo. Sin liquidez, sin capacidad de negociar con las integradoras y sin margen para asumir nuevos costes sanitarios, están a un paso de ser expulsados del sistema. Y cuando ellos desaparecen, desaparece también el tejido agrario que puede sostener una transición justa: los últimos vínculos con el territorio, la gestión sostenible, la diversidad productiva.

Lo que Cataluña necesita: romper el monocultivo

No se trata solo de reconducir el porcino. Se trata de romper la lógica del monocultivo, sea del cerdo, del pienso o de la tecnología. Esta crisis de la peste porcina ha de ser la última, y ha de ser aprovechada para de una vez por todas e invertir dinero público pero no como hasta ahora sino, en reducir de manera planificada la producción porcina para ajustarla a la capacidad ecológica del territorio; diversificar la economía agraria, apoyando cereales locales, legumbres, hortícolas, pastos y ganadería extensiva; reorientar el gasto público, esto es, dejar de financiar la concentración industrial y apoyar la transición agroecológica; empoderar a pequeños ganaderos y agricultores, garantizando precios justos y circuitos cortos; y recuperar la planificación pública, abandonada durante décadas en favor del mercado y del lobby agroindustrial.

La peste porcina no es la amenaza, es el síntoma.